El País de la Piel de Toro
Madrid 26/2/2019
587 palabras
Un poco de
Civismo, por favor.
La semana no empezó bien, como vaticinaba el horóscopo de hoy. Entre las 10 o 10,30 de este lunes,
recibí una llamada telefónica, citándome en un despacho de la fiscalía, para
unas declaraciones.
Por la tarde, esperando el bus en la marquesina de la
parada, se saltaron el orden de la fila algunos jovenzuelos, al entrar en el
autocar, unas niñas quinceañeras, estaban sentadas en el compartimento de
asiento de cuatro.
Dos mirando hacia el frentes, dirección al conductor, y
las otra mirando al fondo del autobús,
dirección al motor del auto, con los zapatos de los pies, pisando el asiento.
Antes de sentarme, enfrente, en el lado opuesto al de
ellas, con un acto de civismo, les dije a las chavalas: “que si en su casa,
hacían lo mismo, pisando el sofá, con los zapatos de la calle”.
Respondiendo una de ellas la más descarada;
incluso comían pipas, ante la respuesta.
Mi acompañante, una mujer de estatura mediana, rondando los cincuenta años,
viajera como yo.
En un gesto de asombro, frunciendo el ceño, cuchicheando
con su acompañante, se refirió lo déspota que era la juventud.
La corregí en su
bisbiseo, alegando falta de enseñanza, culpando a sus padres o tutores.
Responsabilizándose de sus faltas de educación,
continúe: pues son ellos, los jóvenes son los espejos de los que ven en sus casas, con
algunos comportamientos incívicos.
Seguí leyendo mi interesante libro, hasta el final del
recorrido del vehículo. En el viaje de vuelta, subió en la parada anterior, a
la mía, mi amigo, Miguel Ángel.
Le comente la experiencia del itinerario anterior, “mano
dura “lo que falta, me dijo. Quedándose
dos meses para su jubilación. Le increpe: toma la vida con más tranquilidad,
“no se puede pedir peras al Olmo”, le respondí.
Y la juventud no tiene que ser juzgada por el
comportamiento de una mala enseñanza. Al día siguiente, después de mi jornada
matinal. Volví a subir en el transporte público, según iba avanzando por el
estrecho y largo pasillo del ómnibus.
Pendiente de un asiento libre, en el mismo compartimento
de cuatros sillones, sentada con las piernas flexionadas y apoyando los pies,
con sus zapatos, el borde del asiento, se sentaba una chica quinceañera.
Al ver su postura, la recrimina e su forma de viajar,
sentándome otra vez en el lado opuesto en un asiento libre, en compañía de otra
mujer de mediana edad.
La niña ni se inmuto, siguió escuchando música en sus
cascos en su postura. Pensé que no lo escucho, al sentarme abrir mi libro,
desconectando del Mundo Real.
Acto seguido mi nueva acompañante, amonestó a la
muchacha, diciéndole: “Si es que no le
hacía asco a la queja del caballero”. A la que la respondieron en los asientos
de atrás, dos mujeres de la misma edad, madre y tía de la zagala.
Sermoneando e insultando a la pobre mujer, puesto que
la chiquilla estaba en esa postura, por un agudo dolor de ovarios, no quise
entrar en polémica y menos en discusiones con mujeres.
Ya tenía alguna que otra experiencia negativa con las
féminas, preguntándome si era o no una estrategia de la doncella, para salirse
con la suya, según va avanzando el
autobús. La trifulca se iba apaciguando.
Hasta que un nuevo viajero reclamo el asiento, “arrugando
el entrecejo”, como diciendo por lo bajini, y ahora yo tengo que ensuciarme mi
pantalón, por su mala formación educativa del Civismo.
Enrique Hidalgo Para el País de la Piel de toro