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viernes, 15 de diciembre de 2023

El observador

El País de la Piel de Toro



   Madrid 16/11/2022

       El observador

   

 889 palabras.

 5.010 caracteres.


Ya estoy terminando mi último libro, tan solo  quince páginas para saber el final de la novela. Tengo otro libro preparado a mano, de Gabriel García Márquez, el Coronel no tiene quien le escriba como título, creo que este documento me suena.   Acabó de llegar al trabajo. 


Empiezo hacer mis tareas laborales, en la vía pública al lado del contenedor del reciclaje de papel y cartón,  se encuentra una gran caja, no le doy importancia, hasta que  voy a tirar unos cartones de unos vecinos, me los dejaron en su puerta.


 La curiosidad me incita a abrir las solapas del recipiente, encuentro unos treinta libros de diferentes autores y títulos algunos no son tan viejos. En un principio pienso dejarlo en su sitio y me marcho. 


A los diez minutos vuelvo para recogerlos, cogeré algunos y otros se los daré a unas mujeres extranjeras, que están aprendiendo el idioma y son amantes del saber. Así que esta tarde cuando llegue se los entregaré. Me quedan diez minutos para mí descanso y retomar " La sexta Galería". 


En la segunda parte de mi horario laboral, por fin terminé el tomo.


 Así que cogí rápido el ejemplar de Gabriel García Márquez y salí corriendo al metro para irme a casa.


 Perdí el tren por un minuto que me costó en bajar por las largas escaleras hacia el andén, se cerraron las puertas, que rabia, me senté en unos de los bancos del andén a la espera del siguiente convoy, abrí la mochila, saqué mi breviario con la intención de empezar a leer, pero mi intuición me dijo que los buscara en la página web "tú qué leés"  donde subo mis recopilaciones y extractos de mis vademécum interpretados hasta el momento y  visualizar por la ficha que en su día fue leído, pues no fue la primera vez que otro documento se leyó dos veces, y de esta manera me evito de leerlos por segunda vez, aparte de escribir en la primera página del texto con lápiz la fecha leída, pero como este libro me lo regalaron la única manera de adivinar si lo tenía ya interpretado era metiéndome en la web. 


Y así fue como entré  en la ficha,  contaba cómo instruido y valorado en puntuación, le dí un seis en su momento.


 Que rabia pensé, mientras se acercaba el metro a la estación,   entré en el coche casi vacío y mirando fijamente la ventanilla, oscura a causa del túnel llegue a Nuevo Ministerio, donde el ferrocarril me llevaría a mí destino, me llamó mucho la atención la gran cantidad de persona a la espera del suburbano en el andén. 


 Ya dentro del vagón me dispuse a observar a los viajeros, ya que estaba de los nervios por no poder leer, me acordé de un hombre lector  hace unos años atrás en una entrevista dijo:  el leer libro era un sin fin, estás deseando terminar un ejemplar, para empezar otro. 


A mí me pasa eso, pues yo empecé tarde en leer, y no me llamaba  la atención por no tener tiempo y pensaba que sería aburrido y ahora a la vejez me acuerdo de mi padre, cuando me decía décadas atrás, que no me veía coger un libro, y que el saber no me ocuparía lugar.


 Paradoja de la vida, si me viera ahora, que recogí esta mañana unos cuantos de la basura y sin duda sí ocupa lugar, sobre todo en el comedor y en las habitaciones de las pequeñas moradas personales de gente cultas que se fueron ya a otras dimensiones.


 Así que tome asientos en el coche en el lateral izquierdo fila de tres escaños, tenía enfrente un compartimento de cuatro asientos ocupados por cuatro mujeres que no dejaban de entretenerse con los teléfonos móvil, a su lado los ocupantes los imitaban a mi derecha e izquierda las personas también estaban contemplando sus pantallas sin que las más de treinta personas existieran en el vagón, tan solo se escuchaba una conversación de dos chicas jóvenes enfrascada en resolver un problema de algebra.


 En Atocha subieron más gente que imitaban a los de allí presente, enfrascado en sus redes sociales, me hubiese gustado imitarlos, pero mis datos en internet son muy limitados y se me agotan demasiado pronto sin conectarme al wifi, el caballero que está de pie enfrente mío abre su mochila, creo que sacará su teléfono Móvil, pero no es así saca su manuscrito, es el único de más de cuarenta persona en el vagón que lee un libro. 


No es como los viajeros del Metropolitano donde viajó por la mañana que la mayoría si van leyendo algunos ejemplares y otros libros electrónico, en ambos transporte son ideales en estos menesteres, menos en los autobuses, aquí, si coinciden más conocidos y  dialogan personas a la vez en distintas conversaciones de diferentes lenguas ajenas al castellano autóctono. Antes de llegar a mi domicilio, no dejo de preguntarme lo aburrido y fatigoso que sería en  época pasadas,  la mayoría de la población estaban vetadas al conocimiento y el aprendizaje del saber leer y comprender cualquier tomó literario, periódico digital o adelanto tecnológico de internet antes las pesadas y voluminosas enciclopedia que eran el mayor pasatiempo en la búsqueda del placer de aprenderás más. 




Enrique Manuel Hidalgo para el Pai de la piel de toro



  

    


Narrativa presentada al Vll premio de escritura breve de diario Madrid. 

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